
Profetas
Los profetas nunca tuvieron vida fácil. Así que a no asustarse si ahora nos pasa algo parecido, a nosotros, profetas del nuevo milenio.
Es verdad que hubo, hay y habrá profetas de todos los tamaños y colores. Grandes, reconocidos, famosos. Y otros, en cambio, pequeños, con poca pinta de tales. Cito a mi amigo, Leonardo Castellani.
“Cuenta el historiador Josefo, en La Guerra Judaica, que antes de la destrucción de Jerusalén apareció en sus callejas uno que no se sabía si estaba loco o inspirado, venido nadie sabe de dónde, que tenía el mismo nombre de Nuestro Señor (Ieshua), el cual recorría la ciudad sagrada –y deicida- gritando sin cesar: “¡Ay de Jerusalén! ¡Ay del Templo! Fue detenido, interrogado, reprendido, amenazado, castigado y azotado, como ‘derrotista’ y sacrílego; y todo fue inútil; nadie pudo hacerle abandonar su estéril tarea, hasta que fue herido en la frente por un proyectil arrojado de una catapulta; y cayó muerto gritando: ¡Ay de mi!
…Este cuitado había visto la realidad antes que los demás. El que tiene razón un día antes, veinticuatro horas es tenido por irrazonante, dice un proverbio alemán”. (Castellani Leonardo, El evangelio de Jesucristo, ed. Vórtice, 1997, pag. 325).
Hoy día no hace falta sentirse muy inspirado ni gran profeta para decir que, en la iglesia, en la vida religiosa en general e incluso en la Obra, hay cosas que no andan bien, están moribundas o ya fueron.
Revisión de las obras
No sé si es el caso de comparar algunas de nuestras obras al chiste de Mafalda. Esta y Susanita miraban un árbol que sostenía a una enredadera. Y una de ellas comentaba más o menos así: “No sé si el árbol la aguanta porque no sabe cómo sacársela de encima”.
Hagamos otro ejemplo simple y precario, pero que puede ayudar.
Vemos una larguísima red ferroviaria. Hay un tren, a vapor, con muchísimos vagones. Todos colmados, todo lleno. Por mucho tiempo así funcionó la Iglesia, la vida religiosa, las congregaciones. Un tren eficiente, no sólo lleno de pasajeros sino con abundantes y calificados maquinistas, trabajadores, mecánicos. Y todos, o casi, iban en ese tren. Ofrecía buenos servicios espirituales y de formación humana.
A partir de una determinada época (cada cual ponga una fecha), fueron apareciendo nuevas vías, nuevos trenes, más modernos, más veloces, más atractivos. Y muchos fueron pasando a esos nuevos trenes.
Hoy vemos que ese tren a vapor sigue circulando, pero con vagones destartalados, con pasajeros aburridos, con cara de cansancio. Y los maquinistas, mecánicos, trabajadores disminuyen, envejecen y no hay muchos candidatos que los reemplacen.
También se puede dar el caso de que nuestro tren es 0km, nuevo, equipadísimo, con todos los chiches, pero con pocos o indiferentes pasajeros. Y sale caro mantener todo eso. ¿Hay que seguir siempre así? ¿Hasta cuándo?
Por qué escribo estas cosas?
Por varios motivos. Entre ellos:
- Para ayudar a los superiores. Ellos nunca podrían escribir o decir estas cosas. A lo sumo las dirían en voz baja o en privado. La tarea y el lugar que ocupan es muy delicado. Y para aspirar y/o conservar ciertos lugares hay que medir bien las palabras. En cambio, si uno no tiene nada que perder, es más fácil;
- Para achicar un poco esa distancia (enorme) que hay entre lo que decimos y lo que hacemos. Es pesado hablar y practicar ciertos temas en tales circunstancias. Cómo hablar de pobreza, de confianza, de abandono, de providencia si lo hacemos desde la abundancia, apoyados sobre seguridades y medios que no son pocos?
Como en casi todos los órdenes de la vida somos resistentes al cambio. Asusta lo desconocido.Lo que no somos capaces de hacer nosotros, lo harán otros después. Así nos enseña la historia sagrada y la otra. Así lo hicieron Nabucodonosor, Tito, Napoleón, entre otros. Es interesante lo que Perazzolo escribió sobre los fundadores inspirados en la Divina Providencia. Napoleón que había despojado a la Iglesia y a las Ordenes de muchísimos bienes y propiedades que poseía hizo posible que muchos dijeran: “¡Oh! ¿Y ahora quién podrá ayudarnos?”. “¡Yo, la Divina Providencia! ¿No contaban con mi astucia?” Y así surgieron muchas y nuevas congregaciones que trajeron una corriente de aire nuevo en la Iglesia y que tanto bien hizo.
Ojalá que seamos nosotros mismos capaces de hacer lo que corresponda.
Autor anonimo(continuará
Nessun commento:
Posta un commento