I. ¿UNA PASION PERDIDA?
¿Cómo es posible, entonces, que seguir a Jesús no nos haga personas encantadas de su persona?¿Qué sucedió? Kierkegaard cuenta un episodio sorprendente. Un europeo, viajando por el misterioso Oriente, conoció una joven con la que se encontró sólo una vez. El “flechazo” fue tan fuerte que se apasionó perdidamente de ella. Pero no conocía el idioma chino y, por lo tanto, no podía comunicarse con ella. Después de muchas dificultades se puso a estudiar el idioma y, luego de gran esfuerzo, consiguió ser un experto de ese idioma y cultura. Hasta comenzó a dar conferencias por todos lados. Sus estudios, viajes y compromisos fueron tan numerosos que, al inicio, le escribía a su amada y ella le respondía feliz. Posteriormente no tuvo más tiempo para escribirle y ella ya no sabía donde enviarle sus cartas. El se hizo tan importante que olvidó a la joven por la que había aprendido el nuevo idioma. La historia no puede ser más instructiva. La vida religiosa nació a partir de una pasión por Cristo y por su proyecto de vida. Todo lo demás que hemos aprendido fue para conocerlo más a fondo y testimoniarlo mejor. Olvidar este primer encanto y pasión quiere decir perder todo el entusiasmo por la vida religiosa. Esto no ha sucedido a nuestros fundadores o fundadoras. Su pasión por Cristo fue siempre en aumento y ésta fue también la experiencia de los grandes creyentes de todos los tiempos que han dejado una huella imborrable en el corazón de la Iglesia, que día a día nos sorprende y asombra. Ellos son una viva encarnación del encanto de la vida religiosa. Entre éstos quiero recordar a Charles De Foucauld y el p. Pedro Arrupe .
Charles De Foucauld escribió: “A partir del momento que comprendí quién era Dios para mí, me di cuenta que no podía vivir más sin El”. Desde entonces fue el “hermano universal” porque los hombres y las mujeres que tienen un amor íntegro hacia Dios se convierten, a partir de esa experiencia, en hombres y mujeres llenos de amor a todo y a todos.
El p. Arrupe era un hombre fascinante. Esta es la impresión unánime de todos aquellos que lo conocieron de cerca. Impresionaba su frescura evangélica y su libertad de espíritu. Contagiaba un optimismo estimulante. Era de una creatividad extraordinaria y de una simplicidad increíble. Su personalidad encantaba y seducía. ¿Cuál era el secreto? En el hecho de vivir una pasión por Cristo enamorado del hombre.
“Nada más importante que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de El de manera definitiva y absoluta. El objeto de tu amor aferra tu imaginación y termina por dejar huellas por todos lados. Ese será el motivo principal que te moviliza desde que uno se levanta y lo que colma tus noches y consume los fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que mueve tu corazón y te llena de alegría y gratitud. ¡Enamórate! Permanece en el amor. Todo será distinto!”.
¿Cómo es posible, entonces, que seguir a Jesús no nos haga personas encantadas de su persona?¿Qué sucedió? Kierkegaard cuenta un episodio sorprendente. Un europeo, viajando por el misterioso Oriente, conoció una joven con la que se encontró sólo una vez. El “flechazo” fue tan fuerte que se apasionó perdidamente de ella. Pero no conocía el idioma chino y, por lo tanto, no podía comunicarse con ella. Después de muchas dificultades se puso a estudiar el idioma y, luego de gran esfuerzo, consiguió ser un experto de ese idioma y cultura. Hasta comenzó a dar conferencias por todos lados. Sus estudios, viajes y compromisos fueron tan numerosos que, al inicio, le escribía a su amada y ella le respondía feliz. Posteriormente no tuvo más tiempo para escribirle y ella ya no sabía donde enviarle sus cartas. El se hizo tan importante que olvidó a la joven por la que había aprendido el nuevo idioma. La historia no puede ser más instructiva. La vida religiosa nació a partir de una pasión por Cristo y por su proyecto de vida. Todo lo demás que hemos aprendido fue para conocerlo más a fondo y testimoniarlo mejor. Olvidar este primer encanto y pasión quiere decir perder todo el entusiasmo por la vida religiosa. Esto no ha sucedido a nuestros fundadores o fundadoras. Su pasión por Cristo fue siempre en aumento y ésta fue también la experiencia de los grandes creyentes de todos los tiempos que han dejado una huella imborrable en el corazón de la Iglesia, que día a día nos sorprende y asombra. Ellos son una viva encarnación del encanto de la vida religiosa. Entre éstos quiero recordar a Charles De Foucauld y el p. Pedro Arrupe .
Charles De Foucauld escribió: “A partir del momento que comprendí quién era Dios para mí, me di cuenta que no podía vivir más sin El”. Desde entonces fue el “hermano universal” porque los hombres y las mujeres que tienen un amor íntegro hacia Dios se convierten, a partir de esa experiencia, en hombres y mujeres llenos de amor a todo y a todos.
El p. Arrupe era un hombre fascinante. Esta es la impresión unánime de todos aquellos que lo conocieron de cerca. Impresionaba su frescura evangélica y su libertad de espíritu. Contagiaba un optimismo estimulante. Era de una creatividad extraordinaria y de una simplicidad increíble. Su personalidad encantaba y seducía. ¿Cuál era el secreto? En el hecho de vivir una pasión por Cristo enamorado del hombre.
“Nada más importante que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de El de manera definitiva y absoluta. El objeto de tu amor aferra tu imaginación y termina por dejar huellas por todos lados. Ese será el motivo principal que te moviliza desde que uno se levanta y lo que colma tus noches y consume los fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que mueve tu corazón y te llena de alegría y gratitud. ¡Enamórate! Permanece en el amor. Todo será distinto!”.
Fuente: Revista Testimoni, n.11 (junio 2005)
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